domingo, 15 de enero de 2012

Basado en sueños reales.

Antes solía soñar que te acercabas a mi, poco a poco, y sin darme cuenta me estremecía al saber que me besabas. Antes solía soñar que susurrabas un te quiero al oído. Antes solía soñar que nos reíamos juntos, luego nos peleábamos, y todo acababa con un abrazo y un cruze eterno de miradas que hablaban por si solas.
Ahora todo eso se ha ido de mis sueños, por completo. Ahora sueño que simplemente somos amigos, aunque nunca hayamos sido más que eso. Y me alegro de soñarlo, ya que al volver a la realidad veo que no es así, que simplemente estás lejos, muy lejos, mucho más de lo que lo estabas antes. Y he de admitirlo. Te echo de menos. Te echo de menos de todas las maneras que existen, echo de menos tenerte al lado, echo de menos esos te quiero, echo de menos la sensación que me producía el saber que te tenía para todo lo que hiciera falta. Echo de menos tus ojos, que para mi gusto eran los más bonitos y hipnotizadores del mundo. Echo de menos tu sonrisa, tu dulce y contagiosa sonrisa. Echo de menos tu voz, esa voz que me me estremecía con susurros, esa voz que me hizo notar esas mariposas en el estómago por primera vez, esa voz que encaja perfectamente en el significado de perfecto.
Que ya lo sabes, que te quiero, que me encantas, que amo cada detalle mínimo de ti. Pero me has hecho daño, y yo intento hacerme la fuerte, y no puedo. No sé ser fuerte. No sé soportar esto. Y ahora mismo, con el teléfono en la mano, quiero llamarte, decirte que te quiero, decirte que me entiendas, decirte que nunca he sentido esto por nadie, decirte que sin ti no soy nada, decirte que eres la pieza que me completa. Esa pieza que me ha hecho sentirme dañada, querida, perfecta, imperfecta, completa, y sobretodo, me ha hecho sentirme bien, por primera vez. Que mientras todo me fallaba, tú estabas ahí. Mientras lo perdía todo, supe que tú seguías conmigo. Mientras todos me hacian daño, tú me decías que nunca lo harías. Hasta que lo hiciste, y me dolió más que una puñalada por la espalda. Pero parece ser que me he quitado ese puñal, y he querido demostrartelo intentando ser fuerte, pero aunque no haya puñal, queda cicatriz. Y en esa cicatriz está grabada, torpemente, tu nombre. Y no puedo explicar lo que pienso ahora mismo, porque ya te he repetido demasiadas veces que eres lo mejor de mi vida, y a la vez lo peor. Que eres mi enfermedad, pero a la vez eres mi cura. Y no creo que leas esto, ni que sepas que es cierto todo, pero prefiero que tengas una ligera idea de lo que pienso de ti.

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